lunes, 6 de julio de 2015

Destinos varios




La moto se hizo para rular y nada mejor que fijarte un destino para rodar con cierto criterio. Dependiendo del grado del vicio las metas se fijan en función del aguante, y de la ambición, de cada uno. De los del botellín en la Cruz Verde hasta los que fijan el final en el mismo punto de inicio, y se obligan así a dar la vuelta al mundo. Algunos son más extremos y prefieren trayectos cortos pero intensos, aquellos que dejen huella y records. El más ambicioso de todos ellos es el japonés Shinji Kazama, que se embarcó en todos los desafíos extremos posibles encima de una moto.

Arriba le vemos en dirección sur, un sur tan extremo que se acaba en el Polo Sur. Y hasta ahí llegó con una Yamaha TW200 supercarenada para preservar el calor del motor al máximo y con un esquí acoplable en la rueda delantera para los pasos más comprometidos. La verdad es que disponía de cierta experiencia previa. Cinco años antes, en 1987, ya había pisado el Polo Norte con otra TW200 y antes se había enfrentado a retos como el Paris-Dakar de 1982, siendo el primer japonés en acabar la dura prueba. Pero aquí no acaban las gestas, y récords, del genial Kazama. En busca de los extremos se desplazó hasta el Everest y hasta que su moto no pudo trepar más alcanzó los 5880 metros por la cara sur y al año siguiente (1985) lo hizo por la cara norte, alcanzando los 6005 metros.

Y como parece que lo suyo es ir tachando montañas de renombre también lo hizo con el Kilimanjaro, ascensión con la que en 1980 inició su carrera como superhombre, y el Aconcagua donde paró el altímetro a los 5880 metros.  Y también compitió en la Baja 1000 y el el enduro de le Touquet francés, hasta que un serio accidente en la edición del Paris-Dakar del 2004 le dejó tocado y, por el momento, sin ganas de seguir acometiendo desafíos extremos. Ahora sólo se dedica a recorrer, por lo llano y siempre contando con algún bar al final de cada etapa,  todos los escenarios posibles,  y siempre lejos del salón de su casa. Parece que a Kazamado no acaba de convencerle eso de estar  tirado en un sofá más de media hora. Banzaiii!!




Una de las vueltas al mundo más heroicas nació de un vacile. En una cena en Londres en 1932 al joven  norteamericano Robert Edison Fulton una de las chicas presentes le preguntó cuando pensaba embarcarse para volverse a su Nueva York natal, y Edison la respondió que por el momento tenía otros planes, antes debía de darse la vuelta al mundo en moto.  La chica en cuestión entornó los ojos y soltó un leve suspiro, demasiados oportos en los postres tienen esos efectos colaterales, el de los vaciles y los ojos entornados. Pero en la cena también estaba presente un tal Redgrave, directivo de la Douglas Motor Works, y para cortarle el rollo a Edison, o para hacer méritos ante la chica, le ofreció una de sus motos para el viaje. Edison encajó el reto, benditos efectos colaterales, y unas semanas después ya estaba rodando camino a Dover con una Douglas T6 y con la dirección de correos de la chica  en la agenda. 

Cruzó Europa de un tirón (Francia, Alemania, Austria, Yugoslavia, Bulgaria y Grecia) y en Turquía tuvo que dormir como "huesped" en varias cárceles locales. Hasta entonces el principal contratiempo fueron las largas jornadas pasadas en los diferentes puestos fronterizos, los aduaneros le tomaban como un chiflado y le negaban el paso. Alcanzó Damasco, en Siria, y de camino a Bagdad se tuvo que enfrentar con el gran desierto Sirio, más conocido por El Azul por la total ausencia de nubes en sus confines. Con opiniones encontradas, unos opinaban que jamás lo conseguiría y otros le daban ánimos, partió de Damasco con la moto cargada hasta los topes con bidones extra de gasolina y agua. Le esperaban 800 km de arena, calor, soledad e incertidumbre, unas terribles jornadas de viaje antes de alcanzar Bagdad, ciudad a la que llegaría enfermo y exhausto y donde pasaría las siguientes siete semanas en un hospital. En el desierto sirio se cruzó con las caravanas de camellos de los beduinos, encuentros que más tarde le inspirarían el título de su libro, One Man Caravan


Las montañas nevadas de Iran le impidieron seguir con el viaje por tierra y no tuvo más remedio que continuar su periplo en un barco hasta Bombay, en la India, donde pasó los siguientes seis meses recorriendo y filmando todo el subcontinente asiático. Logró acceder a Afganistan, rodando por el mítico paso de Khyber que lleva hasta las ciudades de Kabul y Kandahar y donde logró persuadir a los feroces miembros de la tribu de los Ghilzais para que le dejaran rodar su secreta danza nocturna de las espadas de día. Tras cruzar India de nuevo se embarcó rumbo a Indonesia, visitando Sumatra, Malasia, Tailandia, Vietnam, Laos y China. 


Las embarradas pistas chinas pudieron con la Douglas y con la paciencia de Fulton quien no tuvo más remedio que desistir de internarse más en territorio chino y costear en barco hasta alcanzar Shangai. Desde esta ciudad se internó una vez más en territorio chino, hasta Sianfú, antes de coger un barco a Nagasaki, en Japón. Y de Japón, donde fue agasajado por el Motoclub de Kobe, de vuelta a su país cruzando en barco todo el Pacífico hasta San Francisco. A Fulton todavía le quedaba cruzar todo EEUU, de costa a costa, antes de llegar a Nueva York. Llegó la víspera de las Navidades de 1933 con su Douglas y con más de 64.000 km recorridos, habiendo completado su vuelta al mundo en 17 meses, visitando 22 países.

Fulton se convirtió en un hombre orquesta para conseguir uno de los primeros documentales de viajes de la historia.  Sabía por donde iba a pasar y se le brindaba la oportunidad de rodar, y rodar, por algunos de los países menos conocidos del mundo y para documentar el viaje se hizo con una cámara de cine de 35 mm y 1.200 metros de película guardados en el maletón trasero de la moto. Para rodarse a el mismo fin acopló un temporizador a la cámara de cine y una vez que esta estaba montada en el trípode y enfocada accionaba el reloj y su vuelta montó el documental "Twice upon a Caravan". La foto fija se la dejaba a sus lápices y apuntes de campo, empezó estudiando los diferentes tipos de edificios que se iría encontrando a lo largo de la ruta, pero fascinado por la gente acabó haciendo muchos retratos. Robert Edison Fulton tardó un rato largo en llegar a Nueva York, un trayecto al mismo destino bastante más entretenido que el que le hubiera brindado la hamaca de cubierta de un transatlántico.

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