A finales de los 40 Rollie Free batía el record del mundo de velocidad sobre una Vincent Black Shadow y le daba alas a la marca inglesa para continuar desarrollando motos rapidísimas y con un empaque brutal, destilando sex appeal por todas sus tuercas. Así Vincent se convirtió en la marca de referencia en la siguiente década, pero tenían un fallo, cuando entraban en curvas había que tener mucha sangre fría para domar a la máquina. Los ingleses empezaban a desarrollar motores muy potentes pero olvidaban alojarlos en chasis fiables. Aunque Norton ya empezó su apuesta de cambio con el genial Featherbed en 1949 los demás constructores andaban todavía en el limbo.
La solución a los problemas de estabilidad de Vincent se solucionaron muchos años más tarde con el constructor de chasis suizo Fritz Egli. Entre 1967 y 1972 retomó la fabricación de las Vincent a las que añadió su apellido. Las Egli Vincent, de las que sólo se fabricaron 100 unidades, conservaban el musculoso motor pero mejoraron radicálmente de la mano de Egli la estabilidad con nuevos chasis. Más tarde pasaría el testigo al francés Patric Godet, de cuyo talento salieron motos tan alucinantes como la que nos ocupa.
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