Con la edad las prioridades de los corredores del café cambiaron drasticamente. En los buenos años la parte principal de la paga o del sueldo se la llevaba la moto, seguida por los cigarrillos y alguna cerveza y al final de la lista de la gastos encontrábamos a la novia. Cuando el status de esta cambió, por el de esposa, y se aupó con la primera plaza, la moto vino a ocupar el lugar vacante. Para muchos esto supuso el final y las motos poco a poco dejaron de atronar la North Circular Road londinense para pasar al olvido bajo una manta. Muchas sufrieron peor suerte, fueron vendidas y sustituidas por un coche de segunda mano. El fenómeno del Mini-Cooper (en 1965 se podía encontrar uno de segunda mano por 100 libras) supuso una motivación extra para que muchos colgaran definitivamente la chupa de cuero. Los padres de las nuevas generaciones entraron también al quite y felices de ver como podían librarse de compartir el sofa con un Ton-Up-Boy financiaban y ayudaban a sus hijos en la compra de un Mini.
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